martes, 19 de abril de 2011

Averno.

4. La evasión de los unicornios.
Y, sin embargo, todo se confabula con la superstición para que nos parezca que alguien nos hace mal de ojo y nuestras desgracias vienen de complejos e imposibles (porque todo el mundo está en el camino) rituales de magia negra. No quiero deslizarme por ese abismo insondable aunque resulta muy difícil sustraerse a ello. Por eso, a mi me gustan (quiero decir, me gustaban) las películas de aventuras y de muchos tiros absurdos y los libros de acción trepidante, en los que siempre ganan los buenos, porque no tienen ni pies ni cabeza y eran pura fantasía sin parecido con la realidad. Recuerdo que, antes de esta maldita situación que nos destroza poco a poco, leía este tipo de literatura con fruición y regocijo como si de esa forma me evadiera del terror cotidiano, del castillo de If.
Seguimos por la carretera que nos lleva a esa montaña de color azul oscuro que ahora llena el horizonte por completo. Estamos muy cerca pero no terminamos de llegar. Cuando caen las terribles tormentas que asuelan el valle nos tapamos como podemos con las lonas y nos reímos histéricamente cada vez que los rayos matan a otros en nuestro lugar. El otro día vimos cómo un rinoceronte cayó fulminado por un rayo, dentro de una manada de rinocerontes que escapaban despavoridos, porque su cuerno lo atrajo, mientras el resto seguía corriendo. Hasta los unicornios intentan escapar de aquí sin conseguirlo.
Es muy contradictorio, sí: por un lado tratamos de aplicar la Razón y la Ciencia a lo que está pasando y por otro lado rezamos poseídos de un fervor enloquecido. Se organizan altares y procesiones de todo tipo y todos rezamos a todos los dioses habidos y por haber por si las moscas. La moscas. Esa es otra de las muchas plagas que nos acosan: las moscas, ¡qué espanto! Son como ... como pájaros, de grandes que se han hecho. Son espeluznantes. Y ya no tenemos insecticidas, pero nos daría igual tenerlos, se los comerían de aperitivo con envases incluidos.
En los tiempos anteriores a la hecatombe pensábamos muchas veces que este mundo era un infierno por las guerras, las catástrofes, la pobreza, el hambre, las enfermedades y demás. Ahora sabemos con absoluta precisión y certeza que lo es, que esto es un Averno y que la muerte solo puede ser una bendita liberación. Y sabemos también, aunque no queramos admitirlo, que la culpa ha sido nuestra por no colgar a los tiburones financieros de las farolas de las calles (cuando aún existían calles y farolas) en lugar de dejarles mansamente que nos condujeran a esto.
Pasan grupos de jirafas, perros, caballos, gatos, leones, lobos y otros animales. Cuando esto ocurre nos tenemos que tirar a las cunetas con cuidado de no caer en los trampales de arenas movedizas que todo se lo tragan. Se podría imaginar que nos dirigimos a una especie de prueba escénica para un Arca de Noé oculta en la montaña si no fuera porque está claro que es imposible llegar a ella con vida.
África chocó con Portugal por un lado y también subió por el Mediterráneo dejándolo como un charco de ranas y luego África, Europa y Asia se fueron juntas a por América mientras los polos bajaban y subían respectivamente. De modo que ya no sabemos dónde estamos. Lo único un poco claro que indica la magnitud del apocalipsis es que ni los unicornios consiguen esconderse. ¡Que sea lo que Dios quiera! (pero que, por favor, sea pronto).
© Javier Auserd.

2 comentarios:

  1. Me acabo de leer todo seguido,muy bueno el estilillo mad-max.Un par de cosas que comentas me han hecho recordar un libro que igual conoces,se titula "Protejamonos de los dioses"
    http://cid-07857c6d772dbd5c.office.live.com/browse.aspx/AUDIOLIBROS/SALVADO%20FREIXEDO
    al principio es un poco raro porque lee una maquina,pero luego te acostumbras.
    Espero con interés la próxima entrega.Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Hola Jospin, me alegro de que te haya gustado, a ver si puedo mantener el ritmo. He oído lo que me dices y me parece muy interesante, además muchas tesis van por ahí. Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar