domingo, 1 de mayo de 2011

Averno.

5. El Arca de Amoru.
Había desfiles de todas las confesiones religiosas todos los días y en algunas sacaban imágenes, salidas de no sé dónde, implorándole a Dios misericordia, pero los rayos y el fuego que baja del cielo las achicharraron y ya no hay, aunque continúan pasando grupos de enloquecidos flagelándose y, de paso, matando a todo aquél que, por lo que sea, no les guste. También prosiguen las peleas entre los enfermos de malaria, de cólera, de VIH, de todo tipo de cánceres y de otras muchas enfermedades a pesar de que la Cruz Roja hace mucho que dejó de poder atendernos, incluso supongo que ha dejado de existir.
De pronto, muy cerca ya de la montaña, ha empezado a diluviar lo que nos dificulta aún más el avance y no evita los rayos y el fuego. Subimos y subimos como zombis sin esperanza y, cuando no podemos más, nos dejamos caer a un lado del camino (que ahora es un puro barrizal) a resguardo de nada, a la intemperie.
Anoche (¿o ha sido hace un rato?) he recordado que de pequeño, como no se me daban bien las matemáticas, soñaba despierto que salvaba la vida al profesor o a su hija (mejor a su hija) y así no tenía más remedio que aprobarme. Luego he vuelto a fantasear, en alguna ocasión (lo que debe significar que no he terminado de madurar), que salvo la vida a un millonario y éste, agradecido, nos resuelve económicamente, la nuestra. Desde luego, es tan absurdo que no ha sucedido nunca y nunca sucederá, porque ahora los multimillonarios y sus amigos (los políticos profesionales de altos vuelos) están en sus refugios antinucleares a buen recaudo, libres de este infierno añadido.
En cambio, lo que sí sucede es que hemos bordeado la montaña y aparece ante nosotros el Arca en toda su espléndida magnificencia como una inmensa y deslumbrante nave extraterrestre que nos espera con las puertas abiertas. Hay en la puerta una especie de monje de unos tres metros de altura que nos hace señas para que nos apresuremos a entrar.
Corremos como desesperados hacia ella apartando a la muchedumbre de la que formamos parte que también quieren cobijarse dentro del Arca, pero, cuando estamos a punto de traspasar el umbral, nos dan con la puerta en las narices y vemos con cara de idiota cómo se alejan del muelle de troncos y se van sin nosotros.
© Javier Auserd.

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