sábado, 2 de julio de 2011

Averno.

8. Volver a empezar.
El vagón de metro a las 7 de la mañana apesta por más que nos hayamos acostumbrado ya. Tampoco las vaharadas de aire putrefacto y caliente que recorren los largos pasillos como una pesadilla, están mal. En cierto sentido, se podría pensar en la película 'Metrópolis' pero dentro de una realidad agobiante.

-¡No me agobies! - le dice a su madre el adolescente tumbado en la cama de su cuarto con televisión, ordenador, consola de vídeojuegos y barra de hachís encima de la mesa de estudio con un libro abierto a modo de coartada.
-Me voy al trabajo, te he dejado cena en la nevera, cómetela y estudia - le dice su madre (no importa ahora si inmigrante o nativa) mientras cierra la puerta del apartamento de 20 metros cuadrados para ir a limpiar oficinas de noche.
-¡No me agobies! - repite mecánicamente el chico tumbado en la cama de su cuarto con el MP4 conectado a las orejas que adivina más que oye la charla de su madre. - Que te pires - añade más bajo para su neurona.

A las 7 de la mañana o a las 9 de la tarde, el metro apesta y se llena de empleados, trabajadores y personal de inferiores categorías y desempeños que van, como autómatas, a sus puestos que tienen allí: en la cadena.
La madre, anestesiada con vino barato y malo en tetrabrik autorizado por Sanidad, procura no mirar a nadie a los ojos y estarse muy quieta cuando alguien (no importa ahora si inmigrante o nativo) se frota contra su parte trasera como por casualidad, las ha vivido mucho peores (no importa ahora si allá o aquí). Piensa en un paisaje verde, lleno de aire puro, con muchos árboles y un puente de piedra para cruzar a un paraíso de gambas con cerveza en un prado británico.
Es desagradable reparar en estas cosas (y hay cosas peores) porque además todos tenemos experiencias nefastas de cómo funciona el aparato administrativo cuando la primera vez nos hemos quejado o hemos denunciado estos pequeños abusos (perfecta y cómodamente asumibles) sin importancia: a las víctimas se las llama 'putas' y a los 'quijotes' se les molesta de lo lindo hasta que quedan convencidos de la conveniencia de dejar de serlo. Y, en fin, el vagón de metro (ganado) sigue su camino y para en todas las estaciones con la tediosa agradable normalidad adecuada.
Hay asesinos a sueldo acechantes en los recovecos. Hay músicos en los pasillos que amenizan el paseo o destrozan los oídos. Hay patrullas de descuideros que aligeran el peso de los transeúntes. Hay mendigos tumbados ejerciendo de pensiones de piojos. Hay toxicómanos sentados en las escaleras esperando el regreso de un mesías o de la próxima dosis. Hay prostitutas promocionándose en los rellanos. Hay harekrishnas cantando mantras con panderetas. Hay asiáticas de rasgos infantiles ofreciendo flores ... Aunque a todos los echan cada equis tiempo y también cuando indignan al amigo o familiar de cualquier concejal de distrito correspondiente.
Pero tan solo es puro paisaje urbano, entelequias de insectos, moléculas cósmicas, seis mil millonésimas partes de cien mil trillonésimas partes de un billón billonésimas partes de Algo.
Al fin el empleado entra antes de las 8 de la mañana y la mujer de la limpieza antes de las 10 de la noche (después de revisar discretamente su ropa y limpiarla) a sus trabajos respectivos y todo transcurre con la normalidad acostumbrada. ¡Ah, el plácido discurrir de la bendita existencia!
Es desagradable ironizar, por eso Peter está muy quieto en su celda del sanatorio. Ya no escribe, no habla, no come, no piensa y, sobre todo, no recuerda. Está a punto de conseguir algo parecido a un nirvana azul de premio.
© Javier Auserd.

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