sábado, 4 de febrero de 2012

Cuentos letales.

Sin alevosía.
2. Media hora contigo.
Aparentó no darse cuenta del ataque para, inmediatamente, girarse una vuelta completa y golpearle por la espalda en la base del cuello. Cayó redondo al suelo para no levantarse más como si nunca hubiera estado de pie. Trasgo movió la cabeza intentando detectar alguna otra presencia enemiga, saltó a los cubos y subió por la escalera de incendios hasta la azotea. No le gustaba matar, pero no tenía otra alternativa. A él no le había sido dado el poder de convencer o de engañar o de anestesiar con la palabra, él no era un orador, era un guerrero en una jungla urbana hostil y traidora. Se curó las heridas. Vista desde aquella altura, la ciudad era un puro engranaje de chatarra superpuesta con hormigón poliprensado emitiendo constantemente sonidos y destellos insoportables. Pero tenía que soportarlos. Era justo a lo que había sido condenado.
Tenía que verla en la azotea. Él había sido castrado de pequeño y no comprendía la incontrolable atracción de sus compañeros hacia las hembras, pero aquel era un sentimiento diferente, desprovisto del sexo cuya compulsión no podía sentir. Sin embargo, sin duda no le castraron la empatía y estaba claro que él empatizaba con aquella gata tricolor, con aquél relámpago de luna manchada que surcaba el cielo de sus desesperaciones en los gélidos eneros o en los hirvientes agostos cosmopolitas.
La vio y se comunicó con ella:
—No quise hacerlo —la repetía— fue instintivo, querían matarme y me defendí.
—Trasgo, no puedes ir por ahí matando a la gente, te van a machacar, han formado partidas, te atraparán, te matarán, se vengarán de lo que has hecho.
—¿De qué lado estás, Teresa?
—Estoy de tu lado, pero tienes que avenirte.
—Tú y yo, no estamos conversando.
—¿Y?
—Esta situación me recuerda un cuento que nos contaba mi tía Gertrudis de pequeños.
—Y me lo vas a contar.
—Sí.
—¿Cómo dice?
—Se titula: 'El estanque de los nenúfares', y dice así: Aquella noche de luna, Guindalezio Aristídes, se paseaba nervioso junto a la reja de la casa de la madre de Juanita. No podía conciliar el sueño y había ido allí a ver si vislumbraba siquiera la sombra de su amada. Había ido allí solo, sin su acostumbrada cohorte de amigotes, como impulsado por un resorte secreto. Y se había plantado en casa de Juanita con sombrero y camiseta, porque la noche era calurosa y no soplaba ninguna brisa del chumberal pedregoso que rodeaba al pueblito. Además, los paseos nerviosos entorno a la reja de su amada, aumentaban el sofoco que ya amenazaba con tumbarle de tan agobiantes hervores ...


Entretanto, en el planeta Agua, los humanos soportaban como podían sus propias tragedias, grandes o pequeñas, desprovistos de cualquier sentido del arte o de la estética. Selene, por ejemplo, revivía (aún luchando en la UCI a brazo partido contra la anestesia) que fue como si una estrecha franja de la arena de la playa de la costa se hubiera arrojado a las olas y una hubiera golpeado el paseo marítimo desde el que ella miraba atónita y consternada cómo se llevaba el mar a su mejor amigo mar adentro desprendiéndole de la tierra, mejor dicho, del hormigón armado, de un feroz zarpazo homicida. Y ella se quedó quieta y muda, temblando, como si una Furia divina hubiera aparecido en el mar para arrancarle el corazón y llevárselo a su residencia del fondo del agua. ¿Por qué pasan las cosas? ¿Lo sabes, lo sabemos? ¿Por qué pasan las cosas como pasan y no de otra manera? ¿Eh? ¿Quién lo sabe? Que nos lo diga, por favor, que nos lo cuente, por favor, no somos tan tontos. ¿No? (A mí me parece). Habían estado antes paseando una media hora, aproximadamente.
© Javier Auserd.

2 comentarios:

  1. No me gustaría vivir en este ultramundo, aunque a veces tengo mis dudas de si no estaremos ya inmersos en el...

    Abrazos

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  2. Hola Trini. Ya sé que no te gustan estos inframundos tan terroríficos y oscuros pero creo que tus dudas son bastante fundadas. Lo que pasa es que, de vez en cuando, hay que soltarlos ... para que no 'muerdan'. Un beso muy grande.

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