sábado, 5 de marzo de 2016

La calle.


Hacía mucho que no salía de casa y esa tarde casi primaveral, aunque fría, me abrigué bien y me eché a la calle. Todo seguía igual: las aceras sucias de meadas de perros y bolsas de plástico y papeles, la gente atocinada que no sabe andar, unos muy deprisa, otros muy despacio y parándose a cada tres por dos, grupos bloqueando el paso ... Sorteé como pude los percances y avancé entre la muchedumbre que nos estorbaba el paso a los que circulábamos bien. De pronto, unas punzadas inoportunas me obligaron a buscar un bar donde evacuar. ¡Maldito Seguril!, que, sin embargo, evita que las piernas y los pies se me pongan como morcillas. Siempre es lo mismo: las necesarias medicinas condicionan nuestros hábitos y costumbres aunque gracias a ellas vayamos tirando del carro un poco más cada día.
Javier Auserd.

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