miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sin pena ni gloria.


Lablan
Cualquier realidad con la coincidencia es mero parecido.
Uno.
Llegó tarde a la tertulia taurina donde se escondía hasta que pasaran los efectos del escándalo provocado por sus últimas declaraciones políticoculturales. Le habían guardado el sitio y, por deferencia, desplegó su muestrario de viejos chistes guarros, machistas, xenófobos, homófobos y antidiscapacitados.
- En qué se parecen y a la vez se diferencian un maricón, un lisiado, un moro, una puta y una fregona a un toro ... en que cualquier torero les puede dar por saco y encima todos menos el toro le dicen 'Gracias, señorito'.
- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Muy bueno, sí señor.
¡Bah!, ya se confesaría con su padrino del partido progresista al que se había arrastrado con tanto esfuerzo, le habían echado y había conseguido volver por la puerta falsa. Hoy no estaba don Andrés, que era quien le interesaba, para proponerle una edición de sus microensayos poéticobucólicos rompedores que se iba a titular "Setas viperinas". ¡Qué contrariedad!, pero ya le pillaría, ya. Disimuló como pudo con un buen trago de fino (que, por cierto, no le gustaba nada y le sentaba fatal) y prosiguió con la conversación de turno.
- Unos muertos de hambre esos gatos - le decía a don Eusebio - Y el vecino suyo que les da de comer, lo mismo. Seguro que no tienen dónde caerse muertos. Es una vergüenza. Tenga usted paciencia, que ya se cansará ese 'pelagatos'.
- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Nunca mejor dicho. Muy bueno, muy bueno.
- Y ¿qué me dice usted del nuevo novillero ese que promete tanto?
- Otro muerto de hambre, don Pascual, no sabe torear por derecho. ¿Se fijó usted con qué malos capotazos recibió el otro día? No había por donde cogerlo. Pasará sin pena mi gloria, como todos.
- Hombre, don Varios, es usted un poco exigente. No le gusta ninguno.
- A mí, donde esté Manolete (que el gloria esté) que se quiten los demás.
- Sí, hombre, pero la vida sigue y Manolete lleva muchos años muerto.
- Pero su gloria no se extinguirá nunca, don Pascual, nunca.
- Ya, ya, pero los aficionados tenemos que valorar nuevas figuras.
- Sí, sí, desde luego, don Pascual, pero yo me refiero, precisamente, a que las nuevas figuran deberían tomar como ejemplo a las anteriores.
- Bueno, bueno, eso ya suena mejor. Aunque tampoco podemos olvidar ciertas dosis de innovación.
- Claro, claro. ¡A dónde iríamos a parar sin innovación! Pero sólo pequeñas dosis, ¿eh?, que luego se extralimitan. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Cómo le aburría, cómo le fastidiaba toda aquella cháchara de vejetes antropológicamente obsoletos que pasarían inadvertidos por los inconmensurables espacios de la Historia. Sin pena ni gloria, eso era, sin pena ni gloria pasarían. No como él, que se estaba labrando un magnífico porvenir literario, aunque estuviera mal reconocerlo, dicho fuera de paso sin falsa modestia alguna.
"Estos viejos cochambrosos y decrépitos ...", pensaba, "que un intelectual de mi talla se sea confinado en estas amargas prisiones ... ¡Ah! pero me desquitaré con creces en cuanto vuelva a escalar los peldaños del poder que nunca debí perder".
Tan absorto iba, enfrascado en estas y otras divagaciones semejantes, que, sin darse cuenta, pisó una mierda de perro y a punto estuvo de resbalarse y caerse en medio de la acera. Se paró a limpiarse en el bordillo mientras mascullaba entre dientes: "Malditos, perros. Tenían que estar todos colgados, como hacen con los galgos. Malditos sean. El mejor animal es el animal muerto". En esas andaba, cuando, de repente, siente un agudo dolor en un tobillo y unos ladridos chillones le terminan de descomponer el porte. A punto de dar su merecido al microperro que le atacaba, en un relámpago de inspiración, levanta la vista y ve a Carlos Alfredo, su mecenas literario (quien le ha introducido en el mundillo y gracias a cuya intercesión le han editado varios libros) y dueño del perrito.
- ¡Pero bueno, CarlosAl, ¿cómo tú por aquí?!
- Es que vivo aquí, ¿o ya no te acuerdas?
- Claro, claro, ¿cómo no iba a acordarme? Y qué, ¿paseando a tu encanto de cachorro? Mira qué monada.
- ¿Monada? Pero si es el caniche de mi mujer al que detesto con toda mi alma. ¿Pero qué te pasa hoy, Varios querido, qué has bebido? Anda vamos, que te invito a un verdejo a ver si se te pasa ... lo que sea.
- Sí, sí. Va a ser lo mejor. Vamos, vamos.
© Javier Auserd.

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