Echo de menos a Fraga, con todos sus defectos de serie incluidos. Creí que no lo iba a tener que decir nunca, pero estaba equivocado. Echo de menos al viejo dinosaurio que cuando se cabreaba reclamaba la calle para él, quería dejarnos en alpargatas a los plebeyos y proponía hundir barcos molestos a cañonazos al tiempo que visitaba a Fidel Castro o regañaba a sus súbditos de partido con puñetazos en la mesa incluidos por ser unos lelos, lerdos y soplagaitas.
Y le añoro, porque lo que no soporto es el cinismo demencial y desquiciado de los dirigentes del P.P. que pretenden ser más progresistas que el gobierno y los sindicatos (aunque, por supuesto, estos tampoco lo sean) y les regañan por no cuidar de las mujeres como si fueran los Stieg Larsson suecos o los adalides de la modernidad cuando siguen siendo un cuchitril apestoso de lo más reaccionario y fascista que ha parido esta pobre, puñetera y querida madre España, como si no fueran los nietos aplicados de los patriarcas maltratadores, de los escuadrones de fusilamiento, de los tiburones financieros autores de la crisis.
Fraga es conservador, visceral y lerrouxista español en lo anecdótico, pero sabe ser moderado serio y riguroso, como buen anglófilo, cuando hace falta. Nadie entre los suyos le llega ni le llegará nunca a la altura del betún y, desde luego, nunca ha pretendido ser Azaña y Mola al mismo tiempo y tampoco Pablo Iglesias, lo cual tal y como andamos ahora y a la vista (y el oído) de lo que nos toca ver y oír, es de mucho agradecer. Gracias, don Manuel, por ser como ha sido, sin caretas ni subterfugios ni hipocresías insultantes de por medio.
Javier Auserd.
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