sábado, 23 de julio de 2011

La matanza de Oslo.

Como siempre la realidad supera a la ficción y no deja de sorprendernos. Pero lo de Oslo es más difícilmente comprensible que otras matanzas, porque que un tipo asesine, él solo, a sangre fría a 84 personas es algo desconcertante. Vaya por delante mi condena de los hechos y mi condolencia a las familias de las víctimas y a Noruega.
Una de las características más destacadas de todos los terrorismos (especialmente los fundamentalistas de cualquier religión o ideología, en este caso de extrema derecha) es lo valientes que son los terroristas contra personas indefensas y desarmadas que no pueden responder al ataque. Esa es una de las cosas que más me impresionan, seguida del hecho de que las víctimas suelen ser sus compatriotas en lugar de sus enemigos de religión, de ideología, de etnia, país o, incluso, de intereses económicos o geoestratégicos.
Otra cosa es el fallo de seguridad que supone la ineficiencia absoluta para repeler un asalto 'manual' por muy salvaje e inesperado que fuera, aunque la detención del presunto asesino en masa mitiga algo el caos por más que no devuelva la vida a los asesinados. Desde luego (disculpas por el chiste macabro) este tipo terminaba con las guerras de Afganistán, Irak y Libia él solito. ¡Ah, no, que allí están armados! Al final va a tener razón Charlton Heston el ex actor de la Asociación Nacional del Rifle de los USA: todos armados hasta los dientes. Así habrá más muertos pero menos indefensiones.
A mí no me cabe duda de que, como en todas las épocas, viene el fin del mundo. Si no terminan con nosotros los mercados, los empresarios o el paro, terminarán los islamófobos o los islamófilos. ¡El caso es tocarnos ... las narices!
Javier Auserd.

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