miércoles, 18 de enero de 2012

Cuentos letales.

Sin alevosía.
1. Praefatio. Alize y Eliza.
No me extrañaría que estuviéramos llenas de espaldas —le dijo Alize a Eliza riendo mirándose al espejo mientras bromeaban.
Alize y Eliza eran muy diferentes. Como es fácil adivinar, una era rubia y la otra morena. Pero cuando se intercambiaban daban el pego y nadie lo advertía: pasaban una por otra sin el menor contratiempo dando pie a cómicas y graciosas situaciones y equívocos.
—¿A dónde va usted con esa caja, Mr. Aurelyan? —le pregunto Alize a don Segismundo Aurelyan.
—Voy a la biblioteca a donar estos libros, hija —le contestó el hombre.
—¿Y eso puede hacerse?
—Ya lo creo que puede hacerse. Puede y debe hacerse. Se llevan, se donan y ya está. Así no ocupan sitio en casa y la gente se beneficia con ello.
—Ah, pues eso está muy bien. Hasta luego, Mr. Aurelyan.
—Hasta luego, hija.
Alize no se lo había planteado antes nunca, pero después de la conversación con el anciano, pensó en donar también ella sus libros como contribución al saber global local comunitario y como muestra de generosidad fácilmente demostrable ya que era notorio que no podía ella donar sangre (como en cambio sí podía hacerlo Eliza y bien que presumía de ello) por tener antinoséqués en nosédónde, como le habían explicado cuando lo intentó. De modo que se puso a hacer una pila de libros que no había vuelto a abrir en los últimos ... díez años por lo menos, y le salieron nueve incluyendo un catecismo en bastante mal estado de conservación, así que añadió 'La isla misteriosa' los envolvió en papel de diario gratuito y salió muy ufana hacia la biblioteca con la candidez de sus 17 años y medio colgándole de una magnífica y confiada sonrisa. Llegó a la biblioteca y se dirigió a la primera cincuentona de aspecto amable que se cruzó en su camino.
—Buenas, que vengo a donar.
—La Red Cross es en San Quentin Square.
—No, no, si lo que vengo a donar son libros.
—Ah, bueno, ven conmigo. Los libros aquí son muy bienvenidos. Vamos a esta mesa. Y ¿qué traes?
—Pues ... un 'Fray Perico y su borrico', un 'Conde de Montecristo' ...
—¡Muy bien! Pues déjalos todos aquí, que luego los apunto y los colocamos. Dime tus datos.
—¿Pero esto no es anónimo?
—Solo si tu quieres. Pero a nosotras nos gusta saber a quién agradecer las donaciones.
—Ah, vale, pues apunte. Me llamo ...
En ese momento, vio Alize un mosquito posarse en el hombro de la mujer de la biblioteca y, ni corta ni perezosa, agarró 'Los tres mosqueteros' y le sacudió un librazo que le dejó k.o. al mosquito y, de paso, al hombro de la bibliotecaria que la estaba atendiendo.
—¡Pero, ¿por qué me atacas?!
—No, si no la he atacado, he matado a un mosquito, mire.
—¡Aagghh! ¡Malditos mosquitos, nos tienen desesperadas! ¡Han fumigado tres veces ya y nada! Muchas gracias ...
—Alize Wilkinson, de la Bahía Colonial de Massachusetts, Salem, Massachusetts.
—Pues gracias, Alize, me has salvado la vida.
—Oh, no, no creo que sea para tanto. En todo caso, han sido ... 'Los tres mosqueteros'.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Pues es verdad! Gracias a los tres, eeh, cuatro, ¡no, ... cinco!
© Javier Auserd.

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