viernes, 29 de enero de 2016

El árbol caído.


Yacía tumbado cuan largo era donde antes había sido alto. Un silencio pesado llenaba el bosque después del estruendo. Las briznas de pino y de paja se iban depositando en el suelo en una danza caótica muy bien orquestada hasta tocar la yerba y quedarse allí tiritando. Una lágrima rodaba por la cara del leñador que derribó el árbol caído, como una gota de rocío temprano, como una protesta inútil a su propio acto de guerra, como un pájaro sin nido, como una atrocidad necesaria, como una lucha perdida de antemano, como un tributo a la Bestia llamada Progreso, como una sinrazón más de las muchas que suceden todos los días sin remedio.
Javier Auserd.

No hay comentarios:

Publicar un comentario