sábado, 1 de octubre de 2011

Averno.



16. La prueba de Job.
En este tipo de Universos, hay cosas posibles, cosas imposibles, cosas posibles que parecen imposibles y cosas imposibles que parecen posibles. Encima, interviene la casualidad. Y, además, está también la prueba de Job.
Job es un homínido cualquiera al que la vida le va bien y eso, claro está, despierta la envidia del Maligno. ¡Hombre, Jefe, ¿cómo puede ser que yo tenga tantos problemas para sacar adelante mis proyectos y en cambio a Fulanito todo le vaya bien?! Es que Job trabaja mucho. ¡Toma, y yo! Bueno, hagamos una prueba. ¡Cojonudo! Pero no te acostumbres, ¿eh? ¡Qué bueno eres, Dios, cómo molas!
Ahora bien, tarde o temprano todo se paga. Había llegado la hora de devolver los favores a La Cripta que, por prosaico que resultara, no dejaba de ser una corporación empresarial. Y el encarguito, sin entrar en su moralidad o falta de ella, consistía en aplicar a un sujeto la prueba de Job. De manera que, pertrechados con el equipo necesario, Molly y Peter se pusieron en marcha para realizar la prueba de Job y, de paso, el test de empatía Voight-Kampff.
Esta vez no tendrían que ir muy lejos ni padecer aventuras, esfuerzos ni fatigas cardíacas, esta vez lo harían cómodamente sentados frente a un ordenador. Peter abrigaba la secreta esperanza de que el sujeto en cuestión fuera Mauro, el miserable sofista, porque se lo había ganado a pulso, pero, como por desgracia era de esperar, no era él, se trataba de otro tipo nada venenoso. Se pusieron manos a la obra introduciendo parámetros en un programa especial que generaba putadas a mansalva y lo lanzaron.

-Era Randy, que aumentes la renuencia de Madturkey.
-¡¿Qué?! ¡Pero si ya la tiene muy alta!
-Ya, a él tampoco le gusta, ni a mi, pero órdenes son órdenes.
-¡Pobre hombre! ¡Tengo unas ganas de acabar con esto ...!
-¡Ah! y que revises cómo va la subrutina C.
-¡La subrutina C! Esos gatos son príncipes castigados por algún dios loco.
-¡Peter, ay Peter! Recuerda que estamos obligados a hacer esto aunque no sea lo que más te alegre en este mundo.
-¿Y a ti, qué es lo que te alegraría más en este mundo?
-¿A mí? Que alguien que haya sufrido mucho tuviera tres años buenos y uno más para recordarlos antes de perderse en la nada.

El paciente era un pobre tabernero rico que no pudo soportar las desgracias que le llovieron encima una sobre otra y un atardecer dorado de finales de septiembre se puso a esperar a un tren en medio de la vía. Según el test de Voight-Kampff era un robot (y los gatos también). Asunto zanjado.
Desde entonces, le dio la melancólica costumbre de pasear por el cementerio municipal, a pesar de saber que ni Petrus ni los gatos estaban enterrados allí. Atravesaba el arco de entrada y deambulaba por el paseo central contemplando vagamente las lápidas. Una vez, se detuvo en un mausoleo y leyó en la puerta de la cripta esta oración:

San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y las asechanzas
del demonio.
Que Dios le reprima, es nuestra humilde súplica;
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial,
con la fuerza que Dios te ha dado, arroja al infierno
a Satanás y a los demás espíritus malignos
que vagan por el mundo
para la perdición de las almas. Amén.

Y pensó que, tal vez, le habría venido bien a Petrus usarla.
© Javier Auserd.

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